miércoles, septiembre 19, 2012

Un amigo en apuros

Por Hernan Bellotti
Caminando por la playa, sumido de lleno en una pavorosa oscuridad, el Negro tuvo un encuentro inesperado. Una fina intuición lo había llevado a voltearse tras una sombra que pasaba penosamente a su lado. Un rayo de luna le hizo un guiño cómplice. Acababa de posar sus ojos sobre una figura inconfundible. 
-¿Sos vos Ariel? -preguntó con la íntima esperanza de haber visto a su amigo. 
La figura no contestó, sólo se limitó a mirarlo vagamente. 
-¡Ey, Ariel! - insistió el Negro-. Soy yo. 
-¿Yo quién?- preguntó el presunto Ariel, con voz cavernosa. 
-Yo, el Negro. -Ah- contestó la figura, y prosiguió su camino. 
El Negro tuvo un instante de honda perplejidad. Luego, con la determinación que lo caracterizaba acudió hacia el caminante. -¡No te me hagás el pelotudo flaco! -dijo con tono intimidante. En ese instante, la luna dió de lleno en el rostro de la misteriosa figura. Era, efectivamente, Ariel. Se confundieron en un abrazo. Pero el único confundido fue el Negro: Ariel había permanecido en una pasmosa quietud. Tuvo la terrible sensación de tocar un cuerpo sin vida. 
Un rato más tarde, caminanaban por la calle costanera. El Negro, a pesar de estar efusivo durante toda la charla, no había dejado de observar la actitud parca de su amigo, quien hablaba lo minimamente necesario para seguir el hilo de la conversación. Un poco antes, se había mostrado tan frio al encontrarlo, que el Negro le había preguntado sin tapujos: 
-Oíme ¿te estás dando la pichicata Arielito? 
 Este hizo una expresión que tranquilizó al Negro; pero enseguida comentó: -Si aunque sea pudiera...sería algo. Pero los que estan en mi estado, ya no pueden nada Negro, nada. Ante lo cual el Negro se volvió a intranquilizar; jamás lo había notado así de abatido. En rigor de verdad, abatimiento y Ariel eran dos idéas que no congeniaban; se excluían. Una súbita sombra le cubrió el pensamiento. Después de caminar unas cuadras se despidieron. 
 -Tengo que hacer algo importante Negro. Si no me apuro llego tarde, se excusó Ariel. 
-¿Donde nos encontramos, che? -Inquirió su amigo. 
Ariel no contestó: se había perdido en la oscuridad como una sombra. 
IIº 
El Negro era insistidor; sobre todo cuando algún sentimiento noble lo embargaba. Era en él característica la observación fina que le permitía entrever -entreoír, si se quiere- lo que latía detrás de las palabras. En más de una ocasión había citado a un conocido con cualquier excusa, solo con la idéa de motivar la confesión de alguna pena o -si esto no llegaba a producirse- dejar en claro, que estaba dispuesto a ayudar en lo que fuera posible. Entre otras cosas, jamás abandonaba a un amigo en desgracia. 
Fue así que a la mañana siguiente de aquél extraño encuentro, se apareció en el portal de una pensión de cuatro pesos. Una señora mayor se encargó de abrirle y lo condujo por un tortuoso pasillo invadido de yuyos y excrementos. Caminaron por espacio de quinces metros; luego se pararon ante una puerta que reemplazaba con tapas de revistas la falta de vidrio. 
 -Entre -dijo la mujer- se la pasa durmiendo todo el día. 
El Negro ingresó cautelosamente. Una intensa oscuridad reinaba en aquella pieza. Quiso prender la luz, pero al parecer se había quemado el foco (más tarde se percató de que el foco no existía) Cuando acostumbró los ojos, pudo observar que su amigo no estaba en la cama, ni en ninguna parte; tan pequeña era la habitación que se podía saber todo de un vistazo. 
Ya con un pié en la puerta de salida, tuvo una súbita inquietud y se dió a la tarea de reconocer el lugar. Había un gran desorden y una dejadez espantosa: la ropa, completamente desparramada, tenía evidentes huellas de pisadas; un sandwich de salame y queso se pudría sobre la mesa de luz . El lugar era lóbrego y asqueroso. Estas condiciones impresionaron vivamente el espíritu del Negro que, algo aturdido, se sentó sobre el borde de la cama. 
 Algo extraño estaba ocurriendo, sin ninguna duda. Lo había presentido la noche anterior y aquél habitáculo en el que se encontraba no hacía más que confirmarlo. "Algo grave le pasa a este tipo", se dijo, "esta no es su manera de ser"; y suspiró gravemente como quien está a punto de exalar un sentimiento recóndito y siniestro. 
No tardó mucho en burlarse de sí mismo y de su actitud policial y, así como al pasar, como un gesto despreocupado, lanzó un sonoro insulto a un sujeto, amigo en común suyo y de Ariel, quien le había recomendado mucho unas novelas de detectives que casi lo habían obsesionado. 
-Vos y tus novelas putas -vociferó- que Sherlock Holmes se meta la pipa en el orto. 
Enseguida se sintió mejor. 
Intentó tranquilizarse. Después de todo, el despelote era un rasgo masculino y el estar ausente algo común a cualquier ser humano. "Algo muy típico en los enamorados" se dijo, y pronto sonrió con cierta malicia. Por otra parte, que mierda le importaba a él, Marcos Daniel Maceió -su mote de el "Negro" respondía en parte a su apellido abrasileirado- lo que hiciera este tipo. Si no lo quería ver era cosa suya y tendría sus motivos. Además, tantas preocupaciones se le antojaban exesivas, y haría mejor en pensar en sí mismo porque para eso se había tomado vacaciones. No pudo evitar recordar, sin embargo, que Ariel no se la pasaba durmiendo, como había afirmado aquella mujer y, menos con perspectivas de levante, lo que no dejaba de ser algo llamativo. 
Se detuvo súbitamente. Un estremecimiento lo recorrió mientras clavaba la vista en el colchón. Un grueso rastro de sangre impregnaba las sábanas y gran parte de la almohada. Las gotas también manchaban el piso y se extendían hasta una silla de madera. En ella había una bombacha y un corpiño. Este último teñido por entero de rojo. 
A su pesar, sintió un horrible escalofrío cuando Ariel ingresó en la habitación. 
-¿Qué hacés acá? - preguntó este, con evidente malestar. 
-Te vine a ver -respondió el Negro, no muy seguro de sí. Hubo un silencio largo, tras el cual Ariel replicó. -Bueno, ya me viste, ahora andate. 
- Escuchame, si te puedo ayudar... -Andate. 
El Negro obedeció. Justo antes de trasponer el umbral, una voz inquirió desde la sombra. 
-¿Como me encontraste? -Bueno, la verdad es que no te ví bien, así que te seguí hasta que me fijé que entrabas en una casa. Hoy a la mañana me vine y pregunté en algunas pensiones, hasta que llegué acá. 
Ariel no pudo evitar un gesto de asombro. Luego, retornandose parco dijo. -Pero no vuelvas más. No soy buena companía para nadie. Esto es una órden Negro. Estoy muy cambiado y soy capaz de cualquier cosa. Por lo que más quieras no vuelvas. 
Cuando el sol dió de lleno en su rostro, el Negro sintió que volvía a la vida. Apresuró los pasos, llegó a la calle y suspiró. Luego se dirigió a la playa y aprovechó cada rayo hasta el poniente.  
IIIº 
 El Negro paraba en una pensión no mucho mejor que la que había visitado por la mañana. El lugar estaba, eso si, en un discreto órden que iba bien con su personalidad. Ni había exceso de pulcritud ni el típico desvole. Podía encontrar -pongamos por caso- una media perdida en menos de cinco minutos y un short de baño sin mayor apuro. Las circunstancias lo ayudaban. Había ido por cinco días "para contemplar el paisaje y descansar", de modo que no sentía la menor urgencia por nada. Sin embargo, apenas pisó la playa, sintió que le burbujeaba la sangre, por así decirlo. Entonces se acordó de Ariel, que era hombre de alta temperatura. Como hacía tiempo que no lo veía, durante aquél día se le aparecieron invariablemente frases e imágenes suyas. Fue quizás ese hecho evocativo el que lo llevó a divisarlo en plena oscuridad. El deseo tiene en ocasiones, más de dos ojos. 
Por la noche, el Negro se sintió inquieto y salió a caminar. Al dar vuelta la esquina, un grupo de bonitas muchachas pasaron a su lado y dejaron un perfume imborrable. Decidió extender aquella caminata. Un rato después ingresaba a un local de llamativa reputación, conocido como "La Sultana". Salió de allí una hora mas tarde, alegre y muy bien acompañado. 
 -¿Como dijiste que te llamabas? -le susurró el Negro a su acompañante, ya bastante entonado. 
 -No tengo nombre, por lo menos acá. Me dicen la "Ratita" -respondió la misma. 
-Que apodo tan... tan animal - le dijo el Negro con un malogrado sentido de la poesía. -Vamos muy lejos? -No, acá nomas, a visitar a un amigo. 
-Si son dos la tarifa es doble mi amor. 
-No, esto es para él solito.No sabés cómo se va a poner cuando te vea - y dicho esto prosiguieron rumbo a la pensión de Ariel, sin siquiera sospechar cuanto de cierto tendrían aquellas palabras. 
El Negro pidió a la "Ratita" -colorada de escote prominente- que lo esperase y se internó directamente en el pasillo - el portón de calle estaba abierto. Reinaba tal oscuridad y nuestro amigo estaba tan beodo - de camino, el Negro y su llamativa acompañante habían adquirido cuatro botellas de sidra de dudoso vencimiento- que tardó en recorrer los quince metros que otrora recorriera, internándose en una maraña de yuyos que le hizo creer que se había equivocado de casa e, incluso sospechar, que aquél sitio era nada más y nada menos que un establo, dada la cantidad de mierda que pisaba. 
La "Ratita", en tanto, que bebía despatarrada en la vereda, se había empeñado en darle un toque coral a la madrugada y, siempre y cuando el pico de la botella y sus labios se despegaban, entonaba con vano afán el coro de Nabucco. 
Tal vez fue por eso que el Negro pensó que él mismo era el personaje de una obra, un audaz detective internándose en parajes ignotos y oscuros, resuelto a develar terribles misterios. Fue entonces cuando decidió completar el salto temerario que lo llevó a evadirse del yuyal para ir a dar de lleno contra un piletón de patio que descansaba en el fondo de la pensión. El impacto causó un alboroto tal de pajaros y ladridos, que el Negro exclamó en medio de su desconcierto: 
-¿Cómo mierda fui a parar a una granja? 
Unos instantes después, una agudo estrépito de cristales rotos pareció resquebrajar la noche para luego devolverla a su silencio. Algo alterado por el estremecimiento, el Negro viró unos pocos grados hacia el lado de su cordura, los suficientes para recordar que había llegado acompañado. Con paso lento y tambaleante se acercó hasta el portón de calle. La imágen que allí se le presentó casi que lo devolvió a la sobriedad. Sobre el piso burbujeante de alcohol y salpicado de vidrios, la "Ratita" se prosternaba mediante humillantes zalemas ante la figura impávida de Ariel, quien sostenía la cabeza de aquella con su mano. La muchacha no hacía mas que repetir, presa de un terror místico, una frase que le heló la sangre a nuestro amigo: "Aquí estoy ante tí, mi señor" decía, y había en aquella frase una suerte de autocastigo, como si se ultrajara voluntariamente. 
 Pero apenas divisó al Negro en el umbral de la puerta, corrió hacia él para refugiarse en su pecho. -Me quiere matar -clamaba la joven meretriz, en tanto se colgaba de la ropa de aquél- me quiere matar, ayudame por Dios. 
 -¿Quién te quiere matar? -atinó a preguntar el Negro. 
-El, quén va a ser -Ariel continuaba inmóvil, aunque dando evidentes signos de malestar-. Me quiere succionar la vida, porque no consiguió mi amor -conclyó aterrorizada la pelirroja. 
El Negro clavó sus ojos en los de Ariel, que sin decir palabra pasó a su lado hasta internarse en el pasillo. Nuestro heroe, no se atrevió a seguirlo; prefirió ocuparse de la desdichada que a su lado gritaba y lloraba, mezclando penas de causa diversa. -Es un monstruo, un monstruo horrible -decía- nos quiere a todas para él. - y también -¿Qué es esto Señor, qué es esta vida de mierda que me tocó? Abrumado por un tropel de dudas y una creciente cefalea, el Negro se perdió en la noche, en la sombra, junto a la "Ratita". 
IVº 
Pasaron dos días, al cabo de los cuales el Negro se volvió a presentar en la pensión. La misma mujer volvió a conducirlo por aquél pasaje desolador. Antes de golpear, el Negro dió un hondo suspiro y contempló la hermosa claridad matutina. 
 Cuando se abrió la puerta, una imagen fantasmal se posó ante él. El Negro, casi que ni tiempo a pestanear le dió al pobre Ariel. 
-Dale -le dijo- cambiate que nos vamos a tomar un café; te espero afuera. -y antes de que cerrara- Ah, y ponete estos anteojos -y le entregó unas enormes gafas oscuras. 
Hacía ya más de cinco minutos que el Negro y Ariel estaban frente a frente, sentados en un bar de la zona y, sin embargo, no habían cambiado palabra. Esperaban dos gaseosas -Ariel se había manifestado renuente a ingerir café y menos que menos cualquier bebida alcohólica, de modo que el otro prefirió acompañarlo. Entre tanto y, como dato significativo, el Negro había notado que Ariel no miraba a las mujeres; más aún: las evitaba. Cansado de tanto misterio, nuestro amigo soltó la presa: 
 -Yo sé lo que te pasa a vos -afirmó. Ariel agrandó lentamente sus pupilas. -No tenés por qué fingir conmigo. 
Ariel buscó sin resultado un lugar donde posar la vista. -¿Qué es lo que sabés? -preguntó intranquilo, jugueteando con los anteojos. 
-Tu problema, lo sé todo. Conmigo podés hablarlo. 
-¿Quién..? -Nadie. Me dí cuenta sólo. En un principio no lo pude creer, te juro; pero hay que aceptar los hechos como son. 
Se hizo una pausa. Ariel siguió con la mirada las lentas astas de un ventilador de techo; luego clavó la vista sobre la mesa de madera que retumbaba bajo el tambor de sus nudillos. 
-¡Es una desgracia! -exclamó al fin, tratando de contenerse-. ¡Una desgracia, hermano! -repitió, con un gemido de desahogo. 
- Ya lo sé -contestó aliviado el Negro, reconfortado por aquél inicio de confesión- pero algo se tiene que poder hacer. 
-¿Qué cosa? Ya lo intenté todo. Estoy muerto Negro. 
 -¿Qué carajo estas diciendo? No dicen que mientras hay vida hay esperanza -y mientras esto decía, el Negro sintió un escalofrío que le recorría la espalda. 
-Para seguir así, es mejor encadenarse y tirarse al río - dijo Ariel con tono sombrío. 
-No ves que estás hablando boludeces Arielito, acá no hay río loco, le pifiaste de lugar pa matarte -dijo el otro con pésimo sentido del humor.. 
-Ya lo tengo todo bien pensado -continuó Ariel como obsesionado- llego a casa, saco la cadena de la persiana del taller de mi viejo, me ato con el motor de la ford y me tiro al río. -Vos estas en repedo... -sugirió el Negro. -Calculo que en menos de tres minutos ya espicho. 
 -Vos ahora estás mal, pero cuando razones... 
-¡Yo sé lo que digo! -casi gritó Ariel-. Esto no es vida. El tono terminante de tales palabras dió pié para que el Negro se aventurara a develar ciertas cuestiones no muy gratas. 
-El tema es que vos no podés así como así matarte. -Si estuvieras en mi pellejo... -No se trata de algo sencillo. 
 -Si, ya sé: el valor de la vida, siempre se puede seguir, el amor es más fuerte que todas las adversidades y todo ese tipo de pelotudeces, pero lo que yo te digo... 
-No, no, vos no me entendés -interrumpió el Negro, que sintió que no era lo suficiente claro-. El tema es que vos no podés matarte tirándote al río. Ni tampoco haciéndote atropellar por un Escania o haciéndote morfar por un león. La cuestión es que aunque quieras no podés morirte Ariel , no podés. 
Ariel sintió que el aire le quemaba las fosas nasales. -¡Pero que decís hijo de puta! -reclamó casi axfixiado por la ira-. ¡Ahora me vas decir que ni siquiera puedo tirarme al río! ¡Pero por qué no te vas a la puta madre que te re parió! -exclamó con un último resto de indignación. 
Hubo un silencio. El Negro se acodó sobre la mesa, como preanunciando cuestiones graves. -La única forma de que mueras, es clavarte una estaca de madera en el medio del pecho -especificó con solemnidad. Hubo un largo silencio, después del cual, Ariel entornó los ojos en dirección a su amigo. -¿Qué? -apenas balbuceó, sorprendido. 
-Mirá -dijo el Negro, que ya había entrado en calor- en mi puta vida pensé que pudiera existir algo así. Te juro que ahora estoy hablando con vos y me parece que estuviera soñando o en alguna película. Pero las cosas son como son, qué se le va a hacer. Por lo demás, me voy dando cuenta de que ignoramos muchas cosas. Por ejemplo, si todo fuera como tiene que ser, a estas horas de la mañana y estando el sol como está, vos te tendrías que estar revolcando por el piso, dando gritos y con espasmos, y más retorcido que las salchichas que hace Don Nolo en el club; y sin embargo ya ves... Yo creo que lo mejor es enfrentar los hechos. No sabemos si en el futuro las cosas pueden cambiar. 
-¿Qué hechos? -preguntó Ariel, que estaba por demás confundido. 
-Los hechos. Ya no sos un hombre...sos un vampiro. 
El aletéo de un gorrión se oyó con nitidez tras los cristales. 
Ariel intentó reaccionar, pero sintió que se petrificaba como la victima de algún encantamiento. 
-Lo importante ahora -prosiguió el Negro- es saber quién te mordió. Si lo encontramos estamos a tiempo. Ariel continuaba inmóvil. -La cosa es así. Dificil pero no imposible -concluyó el otro. 
Una bandada de pájaros, azotó las hojas de un árbol cercano. 
-Vos me estás tomando para la joda -arremetió Ariel- vos me trajiste hasta acá y dijiste voy a boludearlo un rato a Ariel, aprovechando que está hecho mierda. 
-No.. 
 -Me viniste a forrear. 
-No, que estás diciendo...-intentó defenderse el Negro. 
-Pero mirá qué boludo que soy confiando en los sentimientos de mi amigo. Flor de hijo de puta. 
-Pero no me entendés... 
-No vés que estoy hecho mierda. No ves que tengo un problema. 
-¡Y justamente..si estoy tratando de ayudarte! 
 -Pero no digas boludeces ¡Hablándome de vampiros...! 
 -No, no, te juro que no son boludeces... -¡Y ahora tenemos que averiguar quién me mordió!¡Pero por qué no te hacés morder el orto si tanto te gusta! -Cuanto más tardes en aceptar la realidad va a ser mucho más difícil -continuó el Negro, quien no cejaba a pesar del tono intimidante de su amigo. 
 -¡Pero dejate de joder! 
-¡Ahora es cuando más hay que estarte encima!No puede haber más víctimas. 
 -Qué víctimas; acá el único que sufre soy yo. 
-Eso ya lo sé. Pero hay que pensar en esas pobres personas. 
-Pero qué pobres personas ni que ocho cuartos. No se para. 
Hubo un descanso; una suerte de silencio de repaso. 
 -¿Qué decís? -trató de rebobinar el Negro 
-Que no se para. 
 -¿Quién no se para? -preguntó nuestro héroe ingenuamente. 
-¿Quién va a ser? El choto Negro. ¡No se me para el choto! -gritó Ariel a voz en cuello, enterando a toda la concurrencia de su infortunio. 
Hubo un silencio del más puro desconcierto. 
 El Negro pareció caer de infinitos mundos imaginarios hasta la realidad de aquella mesa y aquél encuentro. En vastos tres segundos pasó revista a todos los sucesos que lo habían conducido a tan disparatada conclusión. Se sintió presa de una confusión enorme 
-Pero si... todas las evidencias...Como puede ser... -balbuceó del todo aturdido. 
-No digás boluceces -intentó culminar Ariel, ya cansado. 
Hubo unos instantes de quieta perplejidad. Ambos cavilaron en silencio. Progresivamente, como si fuera construyendo las partes de un proceso, el Negro se acomodó distendidamente sobre la mesa, clavó su codos con firmeza, se apretó los párpados con los dedos de su mano izquierda y, primero esporádicamente y ya después de manera imparable, estalló en una espasmódica risa que pronto fue un sacudimiento incontenible, una feroz carcajada. 
Ariel, en tanto, hacía la segunda voz, puteando.  
Epílogo 
Finalmente, todo tuvo su explicación. El carácter sombrío de Ariel, en aquella primera noche, era la consecuencia directa de una visita al médico. Al parecer, las consideraciones de este sobre el futuro sexual de nuestro amigo habrían sido funestas -también exageradas, como se verá más adelante. 
El tema del desorden en la habitación y el rastro de sangre, también tienen sus motivos. El desorden respondía, entre otras cosas, a una depresión que podríamos definir como entendible; la sangre, a un exabrupto que el propio Ariel relató como un intento desesperado por seccionarse el miembro al no poder llevar a cabo el acto sexual. El detalle del corpiño manchado era testimonio de un torniquete que su casual compañera le había efectuado. 
 El episodio de la prostituta se comprende facilmente. Después de su primer fracaso, Ariel probó suerte en las habitaciones de "La Sultana", casualmente con la "Ratita". Esta se habría burlado de él sobre el mal que nuevamente lo aquejaba, ante lo cual, Ariel, habría amenazado con matarla. Así se explica la actiud de aquella señorita, sin descontar su profunda curda. 
Por supuesto, no fue sencillo conseguir aquella confesión; pero en el transcurso del día, el Negro se las arregló para obtenerla. 
Por iniciativa de este, Ariel concurrió a otro especialista, que dió un dictamen más alentador. Al parecer, bastaba con un mes de estricto tratamiento. Su intensa alegría, se reflejó en estas palabras: "¡Gracias Dios, por darme otra oportunidad!" 
Ya en la íntima charla, pisando la fría arena del atardecer, El Negro preguntó: 
 -¿Qué hiciste para que se te caiga la chaucha Arielito? 
 -Me mande seis pastillas de "Amor oriental", esas que trajo el cornudo de tu amigo de Miami. Me cayeron para la mierda. 
-¿Qué te querías, voltear un regimiento? 
-No, la cuestión era con una sola mina, una sola. No sabés lo buena que estaba; y los tipos que tenía atrás. Yo me dije: "Ariel, si a esta no te la volteas como es debido..." y le empecé a dar a las pastillas. Primero me mandé una con el desayuno; después le sumé dos al mediodía y a la tardecita ya me debarranqué para el carajo. 
 -Pero vos andabas bien... 
 -Si, pero el deseo es más fuerte -concluyó, casi reflexivo. 
Luego mirando fijamente a su amigo: -Gracias Negro, la verdad que sin tu ayuda... 
-No tenés que decir nada -lo interrumpió el otro, tras lo cual hubo un silencio de pura amistad. 
Se sintieron casi hermanados. 
-Ahora, cuando me saliste con lo de la estaca -recordó Ariel ya volviendo a su tono habitual. 
 -¿Qué? -lo interpeló el Negro. 
 -Y...qué se yo...Pensé que te estabas volviendo medio trolo. 
 -¡Pero no digas boludeces!¿Qué carajo tiene que ver? 
 -No en serio. Todas esas cosas de conjuros y vampiros, a mí siempre me parecieron de trolos. 
 -Lo que pasa es que vos estas obsesionado, por eso te pasó lo que te pasó... 
 -Lo digo en serio... 
-¡Pero por qué no te hacés enfiestar por un burro...! 
-¡Ehh! Esas cosas no se dicen Negro. 
Y alejándose en la solitaria playa, se perdieron en la bruma nocturna, sintiéndose tan amigos como jamás lo habían sido y como nunca más lo serían. 

Para "Cabeza", con afecto. 
Enero 2004

domingo, marzo 21, 2010

No quedan días de verano

Qué mejor momento que esta tarde lluviosa, primer día del otoño 2010, para desempolvar un poco el viejo blog con un par de ideas que me estuvieron dando vueltas todo el verano y tratan precisamente del mismo, de lo que significa, y de cómo lo vivimos.

Por supuesto, en lo primero que me puse a pensar es en música, en temas inspirados en la estación estival. Supongo habrá miles, o tal vez millones, pero en este momento solo recuerdo a “Los Perros Calientes” con “Bajo la rambla”, a “La Zimbawe” con “Verano del 57” y al dúo gallego Amaral”, con el tema que da nombre al post.


Sin ánimo de profundizar –tengo mis prejuicios hacia la música pop- podría decirce que estos últimos temas sintetizan en pocas líneas todas las historias de verano.

“No quedan días de verano para pedirte perdón… para borrar del pasado el daño que te hice… sin besos de despedida y sin palabras bonitas, porque te miro a los ojos y no me sale la voz”, le dice ella a él en la canción, pero tranquilamente podría haber sido al revés, no? El otro tema, el de Los Perros (el autor es otro, pero no me acuerdo quién), es una historia que termina “bien”, pero termina, por eso el bien entre comillas. Ella le hace una promesa que, como gran conocedor del acervo de “historias de verano”, sospecho no se cumplirá… “tu me besabas, y me decías, me jurabas que de mi siempre seri-i-as”. El tema de Zimbawe me da la razón: “Hoy solo me queda tu recuerdo y la emoción, de aquellos momentos cuando el sol brillo… pintare tu nombre, en mi corazón, y nunca podrán borrármelo…”.

(También recuerdo “Verano del 92”, la de “Los piojos”, ahí no encuentro mucho para analizar, solo habla de fasoooo!!!).


De la canción pasé a la literatura, y recordé el momento de “El Gran Gatsby” (novela de F.Scott Fitzgerald) donde el personaje, en un momento de plena felicidad, mirando el atardecer en la bahía de San Francisco, piensa “pronto llegará el otoño y todo habrá terminado”.


Pero lo que terminó de motivarme a escribir sobre el verano fue una especie de “predestinación literaria”, ocurrida justamente este verano: a principios de febrero, estando en Necochea, se me ocurrió comprar un policial negro para leer en la playa. “Estas solo cuando mueres” de James Hadley Chase (el escritor favorito del personaje de “El reposo del guerrero” de Christiane Rochefort) me pareció la elección ideal, pero pasó algo extraño: por alguna falla de imprenta, o alguna truchada del vendedor, tras una portada que prometía crímenes y misterio, se escondía una de estas memorables historias de amor.


Increíble, justo cae en mis manos un libro que habla de lo que estuve pensando todo el verano. Son dos jóvenes que se conocen en un centro turístico: ella de una familia aristocrática, él trabaja como mozo en el hotel para pagar sus estudios; en el medio, un viejo obsesionado por una cantante lírica teje a través del tiempo lazos invisibles entre los dos. Parecía que la historia terminaba con el verano, se despidieron diciendo cosas parecidas a las que dicen las canciones, y volvieron a sus lugares (ella al norte, el al sur), a retomar sus vidas. Él sigue visitando al viejo durante más de treinta años, quizás con la secreta ilusión de volverla a encontrar y, al parecer, ella también, pero el viejo nunca le habló a él de las visitas de ella, ni viceversa.


Amén de la historia, que puede parecer algo trillada, Terry Kay (en una posterior búsqueda en internet pude averiguar el nombre del autor y título de la obra: “Ombra Leggera” –por el aria de Meyerbeer que obsesionaba al el viejo- o “Shadow Song” en su versión original) hace muy bien esto de “darle vida” a sus personajes. Por ejemplo, parece que la chica en cuestión, Amy, era particularmente bella, y el personaje, Bob, tenía sus reticencias por la diferencia de estatus social existente entre ambos. Un amigo en común lo allentará con una frase increíble: burro campesino ignorante, la mujer más hermosa que verás en tu vida se arrastra como si tuviera plomo en el culo por culpa tuya, y tu sales con miss fealdad…”. Otro personaje, el señor Berguer, advierte sobre la tendencia de algunos viejos a “tirar de los hilos de las personas”, como si fueran marionetas.

Al parecer, eso es lo que estuvo haciendo Avrum Feldman con los personajes centrales de esta historia, parece haber estado organizando todo para que vuelvan a encontrarse, en su propio funeral. Y ha manejado bien los hilos, pero mejor no cuento más, sino pierde la gracia para quienes quieran leer el libro.


Obviamente, también el cine y la televisión se han ocupado de este tema.

Recuerdo especialmente la serie “Verano azul”, y un capítulo en que Los Simpson van de vacaciones a una casa que Flanders tiene en la costa (en este momento me estoy descargando el clásico cinematográfico “Verano del 42”)… también hubo una versión nacional, producida por Cris Morena, pero a esa mejor no recordarla…


Verano Azul relata las aventuras de una pandilla compuesta por cinco chicos y dos chicas de diferentes edades, entre los ocho y los diecisiete años, aproximadamente, y dos adultos cercanos: una pintora y un marino retirado, en una localidad de la Costa del Sol española.


Es interesante ver en todos estos relatos cómo los personajes pueden despegarse de lo que son en su vida habitual, es decir, cuando no están de vacaciones: sin nadie que nos conozca de antes, el único límite para mostrarnos distintos a nuestro yo habitual estaría en nosotros mismos. Así, Lisa Simpson consigue despegarse de su habitual imagen nerd y parecer “buena onda” a sus nuevos amigos de la playa… hasta que Bart arruina todo. Esto mismo se percibía en Verano Azul, son chicos de distintas edades, lugares y, probablemente, "niveles" sociales, que en ningún momento hacen referencia a “lo que eran antes”… pero bue, ya hablé en otro lado de “los viajes como sueños”.


Otra cosa interesante de ver es la forma difusa en que aparecen las figuras paternas (está bien, la figura de Homero como padre nunca fue muy definida que digamos, pero a los otros padres no los conozco). Los chicos vagan por la playa, se encuentran por la noche bajo el muelle, pasean en bicicleta por una ruta que serpentea entre acantilados, junto al mar (esta última imagen es de la presentación de la serie de TV Española), frecuentan a un viejo ermitaño que vive en un barco abandonado… en fin, cosas que no harían en su vida habitual; hasta los mismos Simpson parecen tener una vida mucho más estructurada cuando están en Springfield.


Este salirse de la rutina tiene que ver con lo que era vacacionar hasta no hace mucho: generalmente, ir de vacaciones, ir al mar, era visitar algún pueblo de pescadores, pintoresco y agreste, sin ninguna sofisticación. Así era el pueblo de Verano Azul y así parece ser el pueblo del mencionado capitulo de Los Simpson. Así es en las novelas de Moravia que transcurren en la Isla de Capri, y más o menos así es el recuerdo de los veranos de mi infancia en Necochea: cuando con un grupo de chicos y chicas, algunos más grandes y otros más chicos, algunos de la misma cuadra, y otros veraneantes como yo, cortábamos la calle 26, a la hora de la siesta, para armar partidos de paleta.


Bueno, esta es otra idea que me anduvo dando vueltas, el contraste entre mi idea (formada a base de recuerdos y de las obras mencionadas) y lo que en realidad son hoy las vacaciones: para empezar, las puertas de casa están cerradas, ya sea por la inseguridad o para que los pibes no se vayan a la calle (el tránsito ya no es el mismo en la 26); para seguir, ni en la playa se está tranquilo, ya que está repleta de boludos en cuatriciclo (a mi no me preocupa mucho que me pisen, pero el ruido me rompe soberanamente las bolas); y, para finalizar, todo –las comunicaciones, las aglomeraciones, etc.…- está dispuesto para que sigamos haciendo allá lo que hacemos todo el año acá. En fin, eso no son vacaciones para mi, por eso anduve mirando con cariño las costas del Quequén, que aún conservan aquella belleza agreste.

Con esto último me fui un poco del tema original, que son las historias de verano… pero no tanto: mi percepción es que las buenas historias ocurren solo en verano; pero en un verano donde uno pueda “reinventarse”, no en donde se repita la necedad habitual.


Otra cosa importante de mencionar es que las historias de verano son, en realidad, La Historia de algún verano: es decir, son cosas que pasan una vez, o a lo sumo un par de veces, para ser recordadas el resto de nuestras vidas. Momentos que conjugan como elementos sentimientos muy fuertes de grupalidad, estados personales particulares, y eventos de especial significación (como la primera experiencia sexual en “Verano del 42”, o la muerte de “Chanquete” en “Verano Azul”) hacen de aquel un verano a añorar.


Supongo que también pasarán cosas dignas de ser contadas en otras estaciones, pero seguramente se dan en menor medida. En todo caso, por algo los grandes romances, por más que sucedan durante un invierno y en Groenlandia, son catalogados como “tórridos”; es decir, por ahí el verano sea más un estado personal que la época de mayor cercanía con el sol.


En fin, “no quedan días de verano, el viento se los llevó, un cielo de nubes negras cubría el último adiós”.



martes, junio 23, 2009

Geometría básica, en el infinito, los extremos se unen...


No se que tendrán que ver las paritarias con todo esto.

No se que tendrán que ver el compañero Moyano y sus hijos (cada cual con su correspondiente sindicato), “Madonita” Quiroz, D’Elía, o el resto de los próceres de nuestro glorioso sindicalismo en lo que digo.
Lo que yo digo es que un gobierno (o, en general, las personas) pueden hacer distintas cosas, algunas buenas y otras no tanto... al mismo tiempo.


Como decía Alfre Lewis Coser, en “Las instituciones voraces”, instituciones totalmente encontradas (ejemplifica con la iglesia y el partido comunista), mediante estrategias totalmente contrarias (celibato para unos, promiscuidad para los otros) buscan lograr el mismo objetivo: en el caso que analiza este autor, lo que se busca –y logra- es fidelidad absoluta, al partido o a la iglesia.


En el caso gobierno vs oligarquía terrateniente (léase De Angelis), lo que se busca es imponer una idea política, un modelo de país.

Hay que vivir en un Tupper para no ver que, los días de elección, las remiseras del barrio no dan abasto para llevar a votar a los beneficiarios de planes sociales. Y también hay que ser muy inocente para creer que esas personas que dependen de un plan y son llevadas a votar lo harán libremente.

Esto es innegable, en el imaginario del beneficiario, siempre ronda la idea de que si no se vota a quien provee, le quitan el plan (como en el imaginario del camionero está la idea –bastante razonable- de que si no voy al acto de Moyano me cascotéan el mionca... eso lo digo como ex “profesional del volante”).


En suma, De Angelis es un pelotudo y un bocón, por que no filtra lo que piensa, y por que lo que piesa es impresentable; pero el gobierno, de un modo mucho más sofisticado (apelando a los miedos) hace lo mismo: también le dice a la gente por quién hay que votar... la principal diferencia es que unos llevaran peones rurales en camionetas 4x4, y los otros llevaran desocupados en nuestros inseguros y destartalados remises del conurbano.

Como los desocupadios son más que los peones rurales, que no se procupe Nestor, mientras tenga sus clientes, no peligrará su idea de país.


Firma

Lic.Sergico

domingo, abril 19, 2009

No se por qué, pero este Blog sigue bancando a Purple y a Maiden :-)

Respuesta al post No way sis de Veletamen.

Bueno, vos sabés que no encuentro casi nada que me guste en la movida rock de los noventa , salvo algún tema de Green Day como “She” o “Minority” (no por que sean buenos, sino por que tienen un sonido increíble) o el mismo “Wanderwall”, único tema de Oasis que conozco por su nombre, y que ciertamente es un himno.
Estaba pensando que es un fenómeno bastante común desde los noventa (supongo esto se deberá a que, gracias a las nuevas tecnologías, cualquiera –hasta en su propia casa, con una PC decente- puede conseguir grabaciones con excelente calidad de sonido) que los discos debut de las bandas terminen siendo sus mejores discos… lo son los dos primeros de Oasis para vos, no?
Bueno, eso parece algo bastante antinatural por que, como todo, una banda necesita su tiempo de maduración (aunque también es cierto que, al momento de grabar su primer trabajo, un músico puede disponer de una enorme cantidad de material que fue acumulando durante toda su vida, y puede elegir lo mejor… ese material con el tiempo se va agotando).
Por poner algún ejemplo, Deep Purple alcanza su mejor nivel compositivo con "Machine Head", su sexto disco de estudio (por ser tan notorio, o tan ignotos los anteriores, muchos piensan que este es su primer disco), que sonaba todo lo bien que se podía sonar en 1972, es decir no mucho, pero contiene cuatro o cinco himnos inolvidables.
Después, con sus altibajos, con sus cambios de integrantes y todo, el nivel de creatividad se mantuvo –creo yo- hasta la grabación de “Slaves and Masters” (de 1990, miren la tapa, es muy similar a la del tercer disco de Rata Blanca… estos ingleses piratas!!!), disco que a mi me gusta bastante, que para Blackomore es uno de sus mejores, pero que para el resto de los “Parpuleros” es el peor disco de la banda (hasta una vez amenazaron con sacarme de una banda por poseer ese disco cuasi hereje).
Después de “Slaves”, como vos decir, creo que Purple debería haberse borrado, y dejar lugar para que se expanda el mito*. Pero bue, ahora son unos sesentones que, aunque no pueden ya aportar nada innovador, siguen despuntando el vicio tocando Rock and Roll. Su último disco Rapture of the Deep, de 2005, es un bodrio!
Otro ejemplo, otra de mis bandas preferidas, es Maiden. Si bien en sus dos primeros discos hay temas que trascendieron, todavía no tenían un sonido definido, sobre todo en el primer disco, del que no se sabía si era Heavy o Punk. El sonido “Maiden” aparece en “The Number of the Beast” (disco de nueve tracks de los cuales la banda sigue eligiendo siete para tocar en sus giras) y se va consolidando durante diez años de discos “uno mejor que otro”.
Después de “Fear of the Dark” (un discazo de 1992, precedido por “No prayer for de Dying” otro discazo que pasó desapercibido debido a su sonido “inapropiado”) Dickinson decide probar como solista y abandonar la banda con lo que –para mi- termina la historia de Maiden.

Por supuesto, “la banda siguió tocando”. En 1995 grabaron un disco que nunca escuché (
The X Factor) con un cantante malísimo. Después de ese fracaso de la banda, y de los propios como solista, vuelve Dickinson, pero ya me empieza a sonar algo repetitivo; grabaron algunos discos más pero no los registro. Lo ideal hubiera sido bajar la cortina después de “Fear…”, y así redondear una década brillante.

*Pensaba también poner como ejemplo a alguien del fútbol… a alguien que hoy sería Dios si se lo hubiera llevado aquel ataque de diciembre del dos mil (no doy nombre por que no me quiero ganar ningún encono, ya tengo unos cuantos)… después siguió con sus boludeces y hoy es un personaje bastante patético.

sábado, abril 18, 2009

Miren lo que se pierden por no estar en Face-book!!!

Bueno, parece que algo aprendí en Filosofía de la Educación... gracias por enseñarme a usar el "Windows Movie Maker" Antelo!!!

martes, abril 07, 2009

No se por qué, pero este blog sigue bancando a Román

(en respuesta al post http://escupiendoelasado.blogspot.com/2009/04/game-set-and-match-bolivia.html )

Ehhh, que sensible estamos… yo no hablé de Riquelme!

Es cierto que no está para la selección, tampoco está para Boca, pero también es cierto que cuando el no está, el juego de Boca es mucho peor.

Sería bastante boludo, ahora que nos partieron el c… mal, ponerse a decir “si hubiera estado Riquelme contra Bolivia…”.

Lo cierto que, al no estar Román, se ha perdido una figura vital… a la hora de “cargar las tintas” sobre alguien.

Ahora estamos como desorientados: a quien le echamos la culpa de la desastrosa derrota y del peor juego???

No al carismático “D10s”, que la gran mayoría quiere… tampoco a nuestros multimillonarios representantes europeos, que la gran mayoría quiere; si ganan tanto no pueden jugar mal, los valores numéricos siempre son la mejor medida para estas cosas…

Entonces, si tenemos al técnico y a los jugadores que tienen que estar, cuál es el problema???

“El problema no es problema…” :-p diría Arjona… el problema somos nosotros!!!

Somos unos boludos que sufren y discuten por esa manga de hijos de p…… no es obsceno lo que ganan???

Diegote, ciento veintitrés mil dólares por mes, por “dirigir” la selección… Mersi, veintitantos millones de euros al año… etc… ni da para investigar lo que gana el resto.

Estos tipos juegan para ellos, les importan un carajo todos los boludos que hacen veinte horas de cola, que se gastan una parte importante del sueldo, que faltan al laburo, etc… para verlos JUGAR A LA PELOTA!!!

La verdad, llegué a la conclusión de que no puede representarme alguien que vive en un mundo tan distinto… por mi, que se maten todos, que pierdan todos los partidos por cinco a cero, que no clasifiquen para el mundial (por ahí, con suerte, algo así ayuda a remover algunas lacras como los Grondona), que se vayan todos.

Sería más representativo –para mi- un seleccionado armado con jugadores del ascenso, aunque no ganen nada, pero el típico exitismo Argentino no se bancaría eso… inventamos alguna mentira, le ponemos la camiseta argentina, y esperamos que ganen algo, así tenemos algo de que estar orgullosos como argentios… qué más nos queda?

No, la selección argentina está muy aburguesada, es hora de empezar a hinchar por los más débiles… AGUANTE BOLIVIA!!! (supongo que entre los veintidós jugadores y el cuerpo técnico, en un año no llegan a ganar lo que uno de los “Tops” de Argentina en el mismo tiempo).

Bueno, supongo que para Román vale la misma crítica, pero bue, en ese caso no puedo ser imparcial, el tipo hizo algunas cosas buenas con la pelotita vistiendo la azul y oro, y el cuore manda.

Saludos!

viernes, febrero 27, 2009

Qué amo/qué odio

No se si yo seré demasiado boludo o qué, pero algunas veces me he encontrado pensando en qué diría o haría si me tocara estar en cierta situación de preeminencia.

No les pasó nunca? Entonces soy yo…

Cómo sería mi discurso de agradecimiento si estaría en el lugar de un actor que tiene que recibir un premio, pongámosle un Oscar?

Qué hubiera dicho, al finalizar aquel “Argentina-Paraguay” del ’96 en cancha de River, si yo fuera Chilavert, sobre el bombazo que Batistuta le clavara en un ángulo? y así sucesivamente…


(Me tranquiliza saber que NUNCA se me pasó por la cabeza el qué diría en la mesa de Mirta Legrand… ahora que lo pienso, no se qué diría pero se me ocurren un par de bizarreadas: ¿qué sería un eructo en lo de “La Chiqui”? Igual, primero tendría que aprender a hacerlo :P)

Entre las cosas con las que me gustaba jugar al “cómo si”, se encuentra una columna que se publicaba hace tiempo en la revista dominical del diario de la cornetita; de ella robé el título del post. ¿La recuerdan? En esta sección expresaban la mencionada dicotomía personajes de todo tipo.

A continuación, les dejo un recorte donde Alejandro Dolina habla brevemente sobre que cosas ama y que cosas odia.

Después, yo mismo, sin osar compararme con el maestro, pero haciendo como si fuera lo suficientemente importante para que a alguien (no pretendo tanto cómo un diario de tirada nacional) le importe conocer algunas de las cosas que amo y que odio.


Espero lo disfrutéis.

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AMO: Los sobresaltos deleitosos del amor y a la mujer que me ha hecho más hombre. El misterio del arte y las arduas dificultades del conocimiento. La voz de Carlos Gardel. A una paisanita que opera milagros con sus ojos chinos. Pisar las hojas del otoño y oír su crujido. Los valses de Chopin. El apetito de eternidad del hombre, o quizá la suprema compadrada de saber que uno va a morirse, e igual, atreverse a reír. A mis queridos Marechal, Borges, Sabato y Bioy. La inteligencia y la bondad, que son la misma cosa.


ODIO: Los crímenes que se cometen en nombre de una idea o una fe. El malandra puede arrepentirse, el fanático no. Detesto la soberbia de los imbéciles y la intolerancia de los virtuosos. Odio a la muerte y a sus hermanos: la soledad, la miseria, el olvido, el desencuentro amoroso. No me gustan los edificios de la calle Córdoba. La estupidez en la cumbre de la fama. No tolero la deplorable rumba "El manicero". Las tortas de coco y la política como ciencia. Pero lo que odio por sobre todas las cosas es a los refutadores de leyendas.


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Amo: los días frescos de sol. También viajar, sobre todo en días frescos y soleados. Amo, en esos días frescos y soleados, después del viaje, encontrarme en una playa, remojando las patas en el mar; y, también, si me da el cuero, correr junto a ese mar.

Amo la alegría genuina -ellos no pueden fingir- de mis perros, sobre todo cuando nos encontramos en lugares impensados.
También amo escuchar música (siempre que sea música), y la puedo disfrutar -según el estilo y la ocasión- solo, mientras manejo, o como ingrediente infaltable de algún encuentro memorable. Amo algunas melodías memorables, que pueden ser de Filio, de Fandermole, o de Maiden. Se puede decir que soy un “fetichista del sonido”: amo el sonido de algún disco muy bien grabado, a buen volume y en un buen equipo. También amo al jacarandá y al fresno canadiense, por su textura pero -sobre todo- por que son maderas indispensables para construir una guitarra. Esa guitarra, con micrófonos de Seymour y un ampli Boogie sería too much…

¿Los placeres de la vida? Por supollo, un buen vino, con una picada, precediendo el asado… o un buen champagne, en familia, con amigos (entregados al recuerdo de un pasado que -como tal- siempre fue mejor) o… bueno, etc.

Haciendo esto me di cuenta que hay muchas cosas que amo, eso es alentador, pero no quiero entrar en cursilerías hablando de La Mujer (o alguna de sus partes), la familia, etc.; vamos con lo que odio.


Odio esos días insoportables, húmedos y calurosos.

También odio los días muy frios, por que odio andar con mucha ropa.

Odio el ruido en general, pero sobretodo odio los electrodomésticos: no entiendo como aparatos tan pequeños pueden ser tan quilomberos.

Odio al tipo que estornuda en el tren, sobre todo cuando está sentado en el asiento de atrás. Odio a todos los parlantes de PC, no hay uno en que se pueda escuchar música con un sonido decente.

Odio a Cormillot, porque se muestra como un ejemplo de salud cuando en realidad me parece un tipo muy triste… debe ser por que se caga de hambre!!! Para mi “amargado” y “saludable” son términos inconciliables.

Odio que me quieran vender una pelotudez como si fuera importante, y que me llamen a las doce de la noche para medir que audiencia tiene esa pelotudez…

Odio lo “cuanti”, por que es avalar procesos de mierda con un resultado, y creer que “un millón de moscas no pueden equivocarse”…


Caramba, creo que también odio unas cuantas cosas… pero bue, no las quiero agotar, si les parece, la seguimos abajo.


Salu2