domingo, marzo 25, 2007

NoName

Más cerca.
Más cerca.
Necesito estar más cerca...

Dos imanes enfrentados.
Uno se quiere acercar pero solo puede hacerlo hasta cierto punto.

Cualquier espectador distraído diría que el obstáculo, lo que los separa, es una mesa de bar atiborrada de porrones de cerveza, pero no: aun si el obstáculo no estuviera, es más, si no estuviera el resto de los participantes, la distancia no podría ser menor.
Los imanes presentan cargas del mismo signo y, como tales, se repelen... en realidad, esa palabra tomada de la física es un poco dura, no creo que se repelan, hasta creo que –en cierto modo- se pueden atraer, pero sus propios campos magnéticos no les permiten acercarse más.

¿Habrá algo más aparte del campo magnético?

Por supuesto, para que se atraigan completamente, como en el amor, tiene que haber complementariedad, tienen que ser de cargas distintas e inversas... como se dicen los imanes por el barrio, “uno busca en el otro lo que no encuentra en si mismo”.

(¿Se puede amar a esa persona en la que nunca encontramos la más mínima diferencia?)

El otro experimento.

El de juntar dos lápices por sus extremos planos (no se como se llaman, ¿bases?, si fueran botellas serían los culos): puño cerrado en torno a cada uno de ellos y cada brazo extendido haciendo una relativa presión en contra de su compañero, tratando de que los lápices permanezcan juntos, que no zafen (si solo tiene un brazo por favor no lo intente).
Al cabo de un tiempo (en el caso de los lápices son segundos) uno nota que no los puede separar.
¿Magnetismo?, ¿Amor?, no, los lápices son de madera, es el cuerpo de uno, los músculos, lo que se acostumbra a esa cercanía, a esa presión, en definitiva, al que le gusta estar en esa posición.

¿Y el magnetismo, existió alguna vez o también es un invento o –en el mejor de los casos- un deseo?

Parece que también para los imanes vale la fórmula de Lacan sobre el amor: “dar lo que no se tiene a alguien que no lo es”.

Nos vemos.

lunes, marzo 12, 2007

Getz/Gilberto

“pra facer un samba con belleza
es preciso una pizca de tristeza...”

Vinicius de Moraes

Un incunable.
Un icono en la historia de la música.
Una reunión cumbre.
Un disco.

Marzo de 1963 reune en un estudio de grabación de la ciudad de Nueva York a dos grandes exponentes de estilos musicales que, si bien provenientes de latitudes opuestas, se autoinfluencian y comparten un origen común en los cantos traídos al continente por esclavos africanos.

El cantante y guitarrista Joao Gilberto, brasileño, uno de los padres del movimiento que se dio en llamar “la bossa nova”, se une con el saxofonista norteamericano Stan Getz, uno de los más brillantes intérpretes de Jazz del momento. Ambos bajo “la batuta”* -y el piano- del maestro Anonio Carlos Jobim, (otro de los padres de la Bossa, el encargado de musicalizar los poemas del gran Vinicius de Moraes), graban este disco que –para mi gusto- resume lo mejor de ambos estilos musicales.

La cuestión es que Gilberto y “Tom” Jobim viajan a Estados Unidos acompañados por la mujer del primero, Astrud, intérprete profesional.
Digo, intérprete de idioma, traductora, por que parece que nunca había cantado profesionalmente, ni en un ensayo, nada, solo bajo la ducha. Sin embargo, quién escuche el disco lo comprobará, la muchacha cantaba muy bien, muy afinada, y con un tono endemoniadamente sensual...
Esto notó Getz a medida que Astrud le traducía del portugués al inglés el contenido de las letras y, simultáneamente, entonaba sus respectivas melodías...
-“A la mierda” pensó el Yankee, “como canta esta negra”, y ahí mismo convenció a sus compañeros de que la voz de la mujer no podía no estar en su disco. Es así como, por ejemplo, el primer corte de la placa, “The Girl From Ipanema”, fue grabado por la voz de Astrud Gilberto, la primera parte en portugués y la segunda en inglés... un inglés muy articulado, de dicción muy prolija, bien de traductor.

Perdón por el chiste fácil, pero parece que a al saxofonista, además del canto, le gustaron los cantos de Astrud. El bueno de Joao no entendía un pomo de lo que se hablaban en inglés pero parece que entre los primeros se entendieron. Astrud al final de la grabación lo abandona, lo deja por el jazzero.

Y así Joao Gilberto, el cantante de la voz minúscula, del tono sumamente intimista, se vuelve solo al Brasil, con un gran disco bajo el brazo. Disco que no se si en su vida habrá logrado escuchar ya que seguramente reavivaría el recuerdo y el dolor de la traición.

Ahora si, tenés todos los elementos para apreciar esta obra magistral: vaso de Wisky con hielo en una mano, luz tenue, vista perdida en la lejanía, el recuerdo de esta historia de genialidad y traición...

Play.


*Es un decir, en música popular no se usa batuta...

domingo, marzo 04, 2007

Manejamos como pendejos*

Lo que sigue es una “carta de lector” que envié a distintos medios gráficos. Como hasta el momento nadie me la publicó la cuelgo acá, así amortizo un poco la sensación de haberla escrito al pedo y de paso tapo el post anterior que, dados los acontecimientos del día de la fecha, no tiene nada que hacer acá.


El jueves 22 de febrero de 2007 tuve la oportunidad de conocer el funcionamiento de la dirección de tránsito de Florencio Varela.
Funcionamiento es solo uno modo de decir ya que, aun siendo relativamente pocos los infractores en espera, perdí todo un día de trabajo para hacer un descargo que en definitiva resultó ser solo una burda parodia; si, indefectiblemente el juez a cargo termina sancionando exactamente según lo que consta en la infracción labrada por el oficial de tránsito, lo que uno tenga que decir en caso de disconformidad no cuenta para nada.

Más allá de las cuestiones burocráticas, hubo una situación que merece alguna reflexión:
Una joven de unos veinte años, probablemente estudiante de abogacía y “pasante” en el lugar (sería interesante indagar sobre sus condiciones laborales), explicaba en tono casi maternal a un adolescente que “en caso de accidente las pérdidas materiales tienen solución pero la pérdida de una vida no... acá nos preocupamos por las personas, por tu salud, por eso el hecho de no llevar cinturón de seguridad, que era una infracción leve, ha cambiado a la categoría de infracción grave, por lo que te corresponde una multa de 300 pesos...”.
En ese momento todos los que sin querer habíamos prestado atención a la conversación explotamos con exclamaciones del tipo “cargada”, “vergüenza” o “robo”; todos coincidimos en que somos adultos y como tales cuidamos o descuidamos nuestras vidas como queremos o podemos, por eso consideramos a tal multa todo un sinsentido.

Lo que sigue es una percepción personal, quizás un poco arriesgada, que habría que discutir con un profesional en psicología, pero veamos que les parece: para mi, al obligarnos a cuidarnos, el estado actúa como una madre cuidando a su niño, y a quien traten como niño, sin importar su edad, indefectiblemente terminará actuando como tal. Es así que en la calle nos comportamos como niños distraídos, caprichosos, egocéntricos, mal educados, irrespetuosos, etc.; es así que conducimos como si fuéramos niños y como tales nos mataremos cada día en mayor cantidad, por más que se logre universalizar el uso del cinturón de seguridad.

Por eso no creo que el rol del estado deba ser el de una “madre cuidadora”, para eso tengo a la mía. El estado debe cuidar que yo no ponga en peligro la vida de los demás y que los demás no pongan en peligro mi vida. El rol del estado es construir rutas seguras, legislar seriamente y con conocimiento sobre el ordenamiento de tránsito, y educar; educar en las normas viales y –más ampliamente- en el respeto a los demás. También debe enseñar a conducir, que no es lo mismo que las pruebas de estacionamiento que se toman para otorgar la licencia. Por supuesto, todas estas cuestiones implican fuertes inversiones por parte del estado, inversiones que no parece dispuesto a realizar; el “cuidado” por parte de nuestro estado se limita entonces a multar el incumplimiento de unas medidas de seguridad que corren únicamente por cuenta de los ciudadanos particulares.

La universalización del uso del cinturón de seguridad es solo un cosmético; no se puede aceptar sin más que los accidentes sucedan y que en tal caso uno puede salvarse [o no] mediante el uso de tal accesorio. Una política de tránsito seria debe ir a las causas y, como en los países serios, imponerse como objetivo que no haya un solo accidente.
Un ejemplo en este sentido es la campaña de tránsito implementada en Suecia que se denominó “Accidentes cero”; ese es un objetivo que puede bajar drásticamente la mortalidad, no el uso masivo del cinturón de seguridad. Pero claro, una campaña así requiere un enorme costo de parte del estado por la reforma estructural que implica. Requiere que el estado aporte la mayor parte, no como en nuestro país donde se limita únicamente a multar (léase recaudar) al individuo cuando no cumple con su parte.
Si el estado no está dispuesto o no puede afrontar su parte -la más importante- en esta lucha contra la mortalidad, por lo menos que no nos mienta, que no nos diga que “nos quieren cuidar”.

Firmado:
elcersio
* El título original para el diario era "como niños en la ruta"