Por Hernan Bellotti
Iº
Caminando
por la playa, sumido de lleno en una pavorosa oscuridad, el Negro tuvo
un encuentro inesperado. Una fina intuición lo había llevado a voltearse
tras una sombra que pasaba penosamente a su lado. Un rayo de luna le
hizo un guiño cómplice. Acababa de posar sus ojos sobre una figura
inconfundible.
-¿Sos vos Ariel? -preguntó con la íntima esperanza de haber visto a su amigo.
La figura no contestó, sólo se limitó a mirarlo vagamente.
-¡Ey, Ariel! - insistió el Negro-. Soy yo.
-¿Yo quién?- preguntó el presunto Ariel, con voz cavernosa.
-Yo, el Negro.
-Ah- contestó la figura, y prosiguió su camino.
El
Negro tuvo un instante de honda perplejidad. Luego, con la
determinación que lo caracterizaba acudió hacia el caminante.
-¡No te me hagás el pelotudo flaco! -dijo con tono intimidante. En
ese instante, la luna dió de lleno en el rostro de la misteriosa figura.
Era, efectivamente, Ariel.
Se confundieron en un abrazo. Pero el único confundido fue el Negro:
Ariel había permanecido en una pasmosa quietud. Tuvo la terrible
sensación de tocar un cuerpo sin vida.
Un
rato más tarde, caminanaban por la calle costanera. El Negro, a pesar
de estar efusivo durante toda la charla, no había dejado de observar la
actitud parca de su amigo, quien hablaba lo minimamente necesario para
seguir el hilo de la conversación. Un poco antes, se había mostrado tan
frio al encontrarlo, que el Negro le había preguntado sin tapujos:
-Oíme ¿te estás dando la pichicata Arielito?
Este
hizo una expresión que tranquilizó al Negro; pero enseguida comentó:
-Si aunque sea pudiera...sería algo. Pero los que estan en mi estado,
ya no pueden nada Negro, nada.
Ante lo cual el Negro se volvió a intranquilizar; jamás lo había
notado así de abatido. En rigor de verdad, abatimiento y Ariel eran dos
idéas que no congeniaban; se excluían. Una súbita sombra le cubrió el
pensamiento.
Después de caminar unas cuadras se despidieron.
-Tengo que hacer algo importante Negro. Si no me apuro llego tarde, se excusó Ariel.
-¿Donde nos encontramos, che? -Inquirió su amigo.
Ariel no contestó: se había perdido en la oscuridad como una sombra.
IIº
El
Negro era insistidor; sobre todo cuando algún sentimiento noble lo
embargaba. Era en él característica la observación fina que le permitía
entrever -entreoír, si se quiere- lo que latía detrás de las palabras.
En más de una ocasión había citado a un conocido con cualquier excusa,
solo con la idéa de motivar la confesión de alguna pena o -si esto no
llegaba a producirse- dejar en claro, que estaba dispuesto a ayudar en
lo que fuera posible. Entre otras cosas, jamás abandonaba a un amigo en
desgracia.
Fue
así que a la mañana siguiente de aquél extraño encuentro, se apareció
en el portal de una pensión de cuatro pesos. Una señora mayor se encargó
de abrirle y lo condujo por un tortuoso pasillo invadido de yuyos y
excrementos. Caminaron por espacio de quinces metros; luego se pararon
ante una puerta que reemplazaba con tapas de revistas la falta de
vidrio.
-Entre -dijo la mujer- se la pasa durmiendo todo el día.
El
Negro ingresó cautelosamente. Una intensa oscuridad reinaba en aquella
pieza. Quiso prender la luz, pero al parecer se había quemado el foco
(más tarde se percató de que el foco no existía) Cuando acostumbró los
ojos, pudo observar que su amigo no estaba en la cama, ni en ninguna
parte; tan pequeña era la habitación que se podía saber todo de un
vistazo.
Ya
con un pié en la puerta de salida, tuvo una súbita inquietud y se dió a
la tarea de reconocer el lugar. Había un gran desorden y una dejadez
espantosa: la ropa, completamente desparramada, tenía evidentes huellas
de pisadas; un sandwich de salame y queso se pudría sobre la mesa de luz
. El lugar era lóbrego y asqueroso. Estas condiciones impresionaron
vivamente el espíritu del Negro que, algo aturdido, se sentó sobre el
borde de la cama.
Algo
extraño estaba ocurriendo, sin ninguna duda. Lo había presentido la
noche anterior y aquél habitáculo en el que se encontraba no hacía más
que confirmarlo. "Algo grave le pasa a este tipo", se dijo, "esta no es
su manera de ser"; y suspiró gravemente como quien está a punto de
exalar un sentimiento recóndito y siniestro.
No
tardó mucho en burlarse de sí mismo y de su actitud policial y, así
como al pasar, como un gesto despreocupado, lanzó un sonoro insulto a un
sujeto, amigo en común suyo y de Ariel, quien le había recomendado
mucho unas novelas de detectives que casi lo habían obsesionado.
-Vos y tus novelas putas -vociferó- que Sherlock Holmes se meta la pipa en el orto.
Enseguida se sintió mejor.
Intentó
tranquilizarse. Después de todo, el despelote era un rasgo masculino y
el estar ausente algo común a cualquier ser humano. "Algo muy típico en
los enamorados" se dijo, y pronto sonrió con cierta malicia. Por otra
parte, que mierda le importaba a él, Marcos Daniel Maceió -su mote de el
"Negro" respondía en parte a su apellido abrasileirado- lo que hiciera
este tipo. Si no lo quería ver era cosa suya y tendría sus motivos.
Además, tantas preocupaciones se le antojaban exesivas, y haría mejor en
pensar en sí mismo porque para eso se había tomado vacaciones. No pudo
evitar recordar, sin embargo, que Ariel no se la pasaba durmiendo, como
había afirmado aquella mujer y, menos con perspectivas de levante, lo
que no dejaba de ser algo llamativo.
Se
detuvo súbitamente. Un estremecimiento lo recorrió mientras clavaba la
vista en el colchón. Un grueso rastro de sangre impregnaba las sábanas y
gran parte de la almohada. Las gotas también manchaban el piso y se
extendían hasta una silla de madera. En ella había una bombacha y un
corpiño. Este último teñido por entero de rojo.
A su pesar, sintió un horrible escalofrío cuando Ariel ingresó en la habitación.
-¿Qué hacés acá? - preguntó este, con evidente malestar.
-Te vine a ver -respondió el Negro, no muy seguro de sí.
Hubo un silencio largo, tras el cual Ariel replicó.
-Bueno, ya me viste, ahora andate.
- Escuchame, si te puedo ayudar...
-Andate.
El Negro obedeció. Justo antes de trasponer el umbral, una voz inquirió desde la sombra.
-¿Como
me encontraste?
-Bueno, la verdad es que no te ví bien, así que te seguí hasta que me
fijé que entrabas en una casa. Hoy a la mañana me vine y pregunté en
algunas pensiones, hasta que llegué acá.
Ariel
no pudo evitar un gesto de asombro. Luego, retornandose parco dijo.
-Pero no vuelvas más. No soy buena companía para nadie. Esto es una
órden Negro. Estoy muy cambiado y soy capaz de cualquier cosa. Por lo
que más quieras no vuelvas.
Cuando
el sol dió de lleno en su rostro, el Negro sintió que volvía a la vida.
Apresuró los pasos, llegó a la calle y suspiró. Luego se dirigió a la
playa y aprovechó cada rayo hasta el poniente.
IIIº
El
Negro paraba en una pensión no mucho mejor que la que había visitado
por la mañana. El lugar estaba, eso si, en un discreto órden que iba
bien con su personalidad. Ni había exceso de pulcritud ni el típico
desvole. Podía encontrar -pongamos por caso- una media perdida en menos
de cinco minutos y un short de baño sin mayor apuro. Las circunstancias
lo ayudaban. Había ido por cinco días "para contemplar el paisaje y
descansar", de modo que no sentía la menor urgencia por nada. Sin
embargo, apenas pisó la playa, sintió que le burbujeaba la sangre, por
así decirlo. Entonces se acordó de Ariel, que era hombre de alta
temperatura. Como hacía tiempo que no lo veía, durante aquél día se le
aparecieron invariablemente frases e imágenes suyas. Fue quizás ese
hecho evocativo el que lo llevó a divisarlo en plena oscuridad. El deseo
tiene en ocasiones, más de dos ojos.
Por
la noche, el Negro se sintió inquieto y salió a caminar. Al dar vuelta
la esquina, un grupo de bonitas muchachas pasaron a su lado y dejaron un
perfume imborrable. Decidió extender aquella caminata. Un rato después
ingresaba a un local de llamativa reputación, conocido como "La
Sultana". Salió de allí una hora mas tarde, alegre y muy bien
acompañado.
-¿Como dijiste que te llamabas? -le susurró el Negro a su acompañante, ya bastante entonado.
-No tengo nombre, por lo menos acá. Me dicen la "Ratita" -respondió la misma.
-Que apodo tan... tan animal - le dijo el Negro con un malogrado sentido de la poesía.
-Vamos muy lejos?
-No, acá nomas, a visitar a un amigo.
-Si son dos la tarifa es doble mi amor.
-No,
esto es para él solito.No sabés cómo se va a poner cuando te vea - y
dicho esto prosiguieron rumbo a la pensión de Ariel, sin siquiera
sospechar cuanto de cierto tendrían aquellas palabras.
El
Negro pidió a la "Ratita" -colorada de escote prominente- que lo
esperase y se internó directamente en el pasillo - el portón de calle
estaba abierto.
Reinaba tal oscuridad y nuestro amigo estaba tan beodo - de camino,
el Negro y su llamativa acompañante habían adquirido cuatro botellas de
sidra de dudoso vencimiento- que tardó en recorrer los quince metros que
otrora recorriera, internándose en una maraña de yuyos que le hizo
creer que se había equivocado de casa e, incluso sospechar, que aquél
sitio era nada más y nada menos que un establo, dada la cantidad de
mierda que pisaba.
La
"Ratita", en tanto, que bebía despatarrada en la vereda, se había
empeñado en darle un toque coral a la madrugada y, siempre y cuando el
pico de la botella y sus labios se despegaban, entonaba con vano afán el
coro de Nabucco.
Tal
vez fue por eso que el Negro pensó que él mismo era el personaje de
una obra, un audaz detective internándose en parajes ignotos y oscuros,
resuelto a develar terribles misterios. Fue entonces cuando decidió
completar el salto temerario que lo llevó a evadirse del yuyal para ir a
dar de lleno contra un piletón de patio que descansaba en el fondo de
la pensión. El impacto causó un alboroto tal de pajaros y ladridos, que
el Negro exclamó en medio de su desconcierto:
-¿Cómo mierda fui a parar a una granja?
Unos
instantes después, una agudo estrépito de cristales rotos pareció
resquebrajar la noche para luego devolverla a su silencio. Algo alterado
por el estremecimiento, el Negro viró unos pocos grados hacia el lado
de su cordura, los suficientes para recordar que había llegado
acompañado.
Con paso lento y tambaleante se acercó hasta el portón de calle. La
imágen que allí se le presentó casi que lo devolvió a la sobriedad.
Sobre el piso burbujeante de alcohol y salpicado de vidrios, la "Ratita"
se prosternaba mediante humillantes zalemas ante la figura impávida de
Ariel, quien sostenía la cabeza de aquella con su mano.
La muchacha no hacía mas que repetir, presa de un terror místico, una
frase que le heló la sangre a nuestro amigo: "Aquí estoy ante tí, mi
señor" decía, y había en aquella frase una suerte de autocastigo, como
si se ultrajara voluntariamente.
Pero apenas divisó al Negro en el umbral de la puerta, corrió hacia él para refugiarse en su pecho.
-Me quiere matar -clamaba la joven meretriz, en tanto se colgaba de la ropa de aquél- me quiere matar, ayudame por Dios.
-¿Quién te quiere matar? -atinó a preguntar el Negro.
-El,
quén va a ser -Ariel continuaba inmóvil, aunque dando evidentes signos
de malestar-. Me quiere succionar la vida, porque no consiguió mi amor
-conclyó aterrorizada la pelirroja.
El
Negro clavó sus ojos en los de Ariel, que sin decir palabra pasó a su
lado hasta internarse en el pasillo. Nuestro heroe, no se atrevió a
seguirlo; prefirió ocuparse de la desdichada que a su lado gritaba y
lloraba, mezclando penas de causa diversa.
-Es un monstruo, un monstruo horrible -decía- nos quiere a todas para
él. - y también -¿Qué es esto Señor, qué es esta vida de mierda que me
tocó?
Abrumado por un tropel de dudas y una creciente cefalea, el Negro se
perdió en la noche, en la sombra, junto a la "Ratita".
IVº
Pasaron
dos días, al cabo de los cuales el Negro se volvió a presentar en la
pensión. La misma mujer volvió a conducirlo por aquél pasaje desolador.
Antes de golpear, el Negro dió un hondo suspiro y contempló la hermosa
claridad matutina.
Cuando
se abrió la puerta, una imagen fantasmal se posó ante él. El Negro,
casi que ni tiempo a pestanear le dió al pobre Ariel.
-Dale
-le dijo- cambiate que nos vamos a tomar un café; te espero afuera. -y
antes de que cerrara- Ah, y ponete estos anteojos -y le entregó unas
enormes gafas oscuras.
Hacía
ya más de cinco minutos que el Negro y Ariel estaban frente a frente,
sentados en un bar de la zona y, sin embargo, no habían cambiado
palabra. Esperaban dos gaseosas -Ariel se había manifestado renuente a
ingerir café y menos que menos cualquier bebida alcohólica, de modo que
el otro prefirió acompañarlo.
Entre tanto y, como dato significativo, el Negro había notado que
Ariel no miraba a las mujeres; más aún: las evitaba.
Cansado de tanto misterio, nuestro amigo soltó la presa:
-Yo sé lo que te pasa a vos -afirmó.
Ariel agrandó lentamente sus pupilas.
-No tenés por qué fingir conmigo.
Ariel buscó sin resultado un lugar donde posar la vista.
-¿Qué es lo que sabés? -preguntó intranquilo, jugueteando con los anteojos.
-Tu problema, lo sé todo. Conmigo podés hablarlo.
-¿Quién..?
-Nadie. Me dí cuenta sólo. En un principio no lo pude creer, te juro; pero hay que aceptar los hechos como son.
Se
hizo una pausa. Ariel siguió con la mirada las lentas astas de un
ventilador de techo; luego clavó la vista sobre la mesa de madera que
retumbaba bajo el tambor de sus nudillos.
-¡Es una desgracia! -exclamó al fin, tratando de contenerse-. ¡Una desgracia, hermano! -repitió, con un gemido de desahogo.
- Ya lo sé -contestó aliviado el Negro, reconfortado por aquél inicio de confesión- pero algo se tiene que poder hacer.
-¿Qué cosa? Ya lo intenté todo. Estoy muerto Negro.
-¿Qué
carajo estas diciendo? No dicen que mientras hay vida hay esperanza -y
mientras esto decía, el Negro sintió un escalofrío que le recorría la
espalda.
-Para seguir así, es mejor encadenarse y tirarse al río - dijo Ariel con tono sombrío.
-No
ves que estás hablando boludeces Arielito, acá no hay río loco, le
pifiaste de lugar pa matarte -dijo el otro con pésimo sentido del
humor..
-Ya
lo tengo todo bien pensado -continuó Ariel como obsesionado- llego a
casa, saco la cadena de la persiana del taller de mi viejo, me ato con
el motor de la ford y me tiro al río.
-Vos estas en repedo... -sugirió el Negro.
-Calculo que en menos de tres minutos ya espicho.
-Vos ahora estás mal, pero cuando razones...
-¡Yo sé lo que digo! -casi gritó Ariel-. Esto no es vida.
El tono terminante de tales palabras dió pié para que el Negro se aventurara a develar ciertas cuestiones no muy gratas.
-El tema es que vos no podés así como así matarte.
-Si estuvieras en mi pellejo...
-No se trata de algo sencillo.
-Si,
ya sé: el valor de la vida, siempre se puede seguir, el amor es más
fuerte que todas las adversidades y todo ese tipo de pelotudeces, pero
lo que yo te digo...
-No,
no, vos no me entendés -interrumpió el Negro, que sintió que no era lo
suficiente claro-. El tema es que vos no podés matarte tirándote al río.
Ni tampoco haciéndote atropellar por un Escania o haciéndote morfar por
un león. La cuestión es que aunque quieras no podés morirte Ariel , no
podés.
Ariel
sintió que el aire le quemaba las fosas nasales.
-¡Pero que decís hijo de puta! -reclamó casi axfixiado por la ira-.
¡Ahora me vas decir que ni siquiera puedo tirarme al río! ¡Pero por qué
no te vas a la puta madre que te re parió! -exclamó con un último resto
de indignación.
Hubo un silencio. El Negro se acodó sobre la mesa, como preanunciando cuestiones graves.
-La única forma de que mueras, es clavarte una estaca de madera en el medio del pecho -especificó con solemnidad.
Hubo un largo silencio, después del cual, Ariel entornó los ojos en dirección a su amigo.
-¿Qué? -apenas balbuceó, sorprendido.
-Mirá
-dijo el Negro, que ya había entrado en calor- en mi puta vida pensé
que pudiera existir algo así. Te juro que ahora estoy hablando con vos y
me parece que estuviera soñando o en alguna película. Pero las cosas
son como son, qué se le va a hacer. Por lo demás, me voy dando cuenta
de que ignoramos muchas cosas. Por ejemplo, si todo fuera como tiene que
ser, a estas horas de la mañana y estando el sol como está, vos te
tendrías que estar revolcando por el piso, dando gritos y con espasmos, y
más retorcido que las salchichas que hace Don Nolo en el club; y sin
embargo ya ves... Yo creo que lo mejor es enfrentar los hechos. No
sabemos si en el futuro las cosas pueden cambiar.
-¿Qué hechos? -preguntó Ariel, que estaba por demás confundido.
-Los hechos. Ya no sos un hombre...sos un vampiro.
El aletéo de un gorrión se oyó con nitidez tras los cristales.
Ariel intentó reaccionar, pero sintió que se petrificaba como la victima de algún encantamiento.
-Lo importante ahora -prosiguió el Negro- es saber quién te mordió. Si lo encontramos estamos a tiempo.
Ariel continuaba inmóvil.
-La cosa es así. Dificil pero no imposible -concluyó el otro.
Una bandada de pájaros, azotó las hojas de un árbol cercano.
-Vos
me estás tomando para la joda -arremetió Ariel- vos me trajiste hasta
acá y dijiste voy a boludearlo un rato a Ariel, aprovechando que está
hecho mierda.
-No..
-Me viniste a forrear.
-No, que estás diciendo...-intentó defenderse el Negro.
-Pero mirá qué boludo que soy confiando en los sentimientos de mi amigo. Flor de hijo de puta.
-Pero no me entendés...
-No vés que estoy hecho mierda. No ves que tengo un problema.
-¡Y justamente..si estoy tratando de ayudarte!
-Pero no digas boludeces ¡Hablándome de vampiros...!
-No,
no, te juro que no son boludeces...
-¡Y ahora tenemos que averiguar quién me mordió!¡Pero por qué no te
hacés morder el orto si tanto te gusta!
-Cuanto más tardes en aceptar la realidad va a ser mucho más difícil
-continuó el Negro, quien no cejaba a pesar del tono intimidante de su
amigo.
-¡Pero dejate de joder!
-¡Ahora es cuando más hay que estarte encima!No puede haber más víctimas.
-Qué víctimas; acá el único que sufre soy yo.
-Eso ya lo sé. Pero hay que pensar en esas pobres personas.
-Pero qué pobres personas ni que ocho cuartos. No se para.
Hubo un descanso; una suerte de silencio de repaso.
-¿Qué decís? -trató de rebobinar el Negro
-Que no se para.
-¿Quién no se para? -preguntó nuestro héroe ingenuamente.
-¿Quién
va a ser? El choto Negro. ¡No se me para el choto! -gritó Ariel a voz
en cuello, enterando a toda la concurrencia de su infortunio.
Hubo un silencio del más puro desconcierto.
El
Negro pareció caer de infinitos mundos imaginarios hasta la realidad de
aquella mesa y aquél encuentro.
En vastos tres segundos pasó revista a todos los sucesos que lo habían
conducido a tan disparatada conclusión. Se sintió presa de una
confusión enorme
-Pero si... todas las evidencias...Como puede ser... -balbuceó del todo aturdido.
-No digás boluceces -intentó culminar Ariel, ya cansado.
Hubo
unos instantes de quieta perplejidad. Ambos cavilaron en silencio.
Progresivamente, como si fuera construyendo las partes de un proceso,
el Negro se acomodó distendidamente sobre la mesa, clavó su codos con
firmeza, se apretó los párpados con los dedos de su mano izquierda y,
primero esporádicamente y ya después de manera imparable, estalló en una
espasmódica risa que pronto fue un sacudimiento incontenible, una feroz
carcajada.
Ariel, en tanto, hacía la segunda voz, puteando.
Epílogo
Finalmente,
todo tuvo su explicación. El carácter sombrío de Ariel, en aquella
primera noche, era la consecuencia directa de una visita al médico. Al
parecer, las consideraciones de este sobre el futuro sexual de nuestro
amigo habrían sido funestas -también exageradas, como se verá más
adelante.
El
tema del desorden en la habitación y el rastro de sangre, también
tienen sus motivos. El desorden respondía, entre otras cosas, a una
depresión que podríamos definir como entendible; la sangre, a un
exabrupto que el propio Ariel relató como un intento desesperado por
seccionarse el miembro al no poder llevar a cabo el acto sexual. El
detalle del corpiño manchado era testimonio de un torniquete que su
casual compañera le había efectuado.
El
episodio de la prostituta se comprende facilmente. Después de su primer
fracaso, Ariel probó suerte en las habitaciones de "La Sultana",
casualmente con la "Ratita". Esta se habría burlado de él sobre el mal
que nuevamente lo aquejaba, ante lo cual, Ariel, habría amenazado con
matarla. Así se explica la actiud de aquella señorita, sin descontar su
profunda curda.
Por
supuesto, no fue sencillo conseguir aquella confesión; pero en el
transcurso del día, el Negro se las arregló para obtenerla.
Por
iniciativa de este, Ariel concurrió a otro especialista, que dió un
dictamen más alentador. Al parecer, bastaba con un mes de estricto
tratamiento. Su intensa alegría, se reflejó en estas palabras: "¡Gracias
Dios, por darme otra oportunidad!"
Ya en la íntima charla, pisando la fría arena del atardecer, El Negro preguntó:
-¿Qué hiciste para que se te caiga la chaucha Arielito?
-Me mande seis pastillas de "Amor oriental", esas que trajo el cornudo de tu amigo de Miami. Me cayeron para la mierda.
-¿Qué te querías, voltear un regimiento?
-No,
la cuestión era con una sola mina, una sola. No sabés lo buena que
estaba; y los tipos que tenía atrás. Yo me dije: "Ariel, si a esta no te
la volteas como es debido..." y le empecé a dar a las pastillas.
Primero me mandé una con el desayuno; después le sumé dos al mediodía y
a la tardecita ya me debarranqué para el carajo.
-Pero vos andabas bien...
-Si, pero el deseo es más fuerte -concluyó, casi reflexivo.
Luego mirando fijamente a su amigo:
-Gracias Negro, la verdad que sin tu ayuda...
-No tenés que decir nada -lo interrumpió el otro, tras lo cual hubo un silencio de pura amistad.
Se sintieron casi hermanados.
-Ahora, cuando me saliste con lo de la estaca -recordó Ariel ya volviendo a su tono habitual.
-¿Qué? -lo interpeló el Negro.
-Y...qué se yo...Pensé que te estabas volviendo medio trolo.
-¡Pero no digas boludeces!¿Qué carajo tiene que ver?
-No en serio. Todas esas cosas de conjuros y vampiros, a mí siempre me parecieron de trolos.
-Lo que pasa es que vos estas obsesionado, por eso te pasó lo que te pasó...
-Lo digo en serio...
-¡Pero por qué no te hacés enfiestar por un burro...!
-¡Ehh! Esas cosas no se dicen Negro.
Y
alejándose en la solitaria playa, se perdieron en la bruma nocturna,
sintiéndose tan amigos como jamás lo habían sido y como nunca más lo
serían.
Para "Cabeza", con afecto.
Enero 2004
1 comentario:
Excelente Hernan, me encanto, ademas todo lo que escribis me encanta,me gusta muchisimo,segui haciendolo!!!
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