En mi caso, más que una cuestión de fe, fue una “cuestión de peso”.
Para el no creyente, la caminata de Liniers a Luján solo puede justificarse por una especie de “gusto por la actividad física” y las ganas de “hacer la experiencia”. Como le decía a mi hermano, “era una boludez que una vez en la vida tenía que hacer...”.
Por supuesto, nunca más.
La primera parte de la travesía me dediqué a reírme de todo: del cansancio, de las ampollas, de los que me ofrecían pastillas para los calambres y el dolor, de los que vendían medias y plantilla, de los 65 kilómetros y, sobre todo, de las pancartas que decían “fuerza peregrinos, la madre los espera”.
“La madre de quién”, dije a modo de broma, “la mía quedó en casa... debe estar meta sánguche de bondiola... a no ser que esa guacha se haya tomado un bondi para darme la sorpresa cuando llegue...”.
Así fue como mi inclinación a contradecir todo compensó mi falta de fe: no quería claudicar para no tener que bancarme a los catolicones que me acompañaban diciendo cosas como “nosotros llegamos por que nos guía el señor...” o algo por el estilo. Se la tuvieron que guardar, empastillados y todo, llegaron después que yo.
Igualmente, debo reconocer que, en los últimos tramos, cuando el mal humor comenzó a ganarme, acepté (siempre para mis adentros) que se trata de una empresa injustificable desde cualquier lugar que no sea la fe: los otros venían cantando y dándose fuerza, por una promesa o para llevar un deseo. Ellos creen, pensé, y –equivocados o no- parece una buena razón para seguir. Por mi parte, "cuando quiera hacer deporte, iré hasta la plaza de Ranelagh y listo, corro hasta donde me de el cuero y cuando me canso me subo al auto y me vuelvo a casa... [si no es la fe] quién carajo me manda a ir hasta Luján..."
A la iglesia ni entré, era un kilombo de gente, "cuando quiera conocerla, me voy tranquilo en auto un día que no haya nadie"... la tenía con lo del auto... En cuanto a los deseos que me movían, preguntó una tía muy creyente, eran solo dos: “llegar y que esté la combi” y “que la combi me lleve rápido a casa”... a pesar de mi apatía, la virgen concedió...
Cabe aclarar que estos pensamientos entre comillas no fueron el resultado de estar sintiendo en el cuerpo los estragos de tamaña actividad: intensos dolores musculares y articulares, calambres, ampollas, un agotamiento físico del que se tarda semanas en recuperarse, son síntomas de los que me advirtieron mucho pero que –por suerte- no sentí.
La verdad, llegué mucho mejor de lo que esperaba, solo tengo alguna pequeña ampolla –que no llegó a reventarse-, una saludable tonalidad carmesí en el rostro, y un considerable dolor en la planta del pie derecho causa de una mala elección de calzado... nada más, si no fuera por el pie que me obliga a caminar como un pato diría que “estoy como si nada”, (y hasta me hubiera animado a pegarle unas vueltitas a la plaza) pero como me dijo “Diente”, mi compañero de caminata, “¿qué querés, llegar y –encima- que no te duela nada?”.
En fin, si no lo vuelvo a hacer es por que se me hizo insoportable la ansiedad, en un momento quería “llegar ya”, y no llegaba más. Por eso, cuando me despedía de los promesantes que me acompañaran y alguno me preguntaba si contaban conmigo para la próxima, yo le decía “me voy a tomar el año que falta para pensarlo bien...” .
Es decir, nunca más.
el[místico]cersio