Más cerca.
Necesito estar más cerca...
Dos imanes enfrentados.
Uno se quiere acercar pero solo puede hacerlo hasta cierto punto.
Cualquier espectador distraído diría que el obstáculo, lo que los separa, es una mesa de bar atiborrada de porrones de cerveza, pero no: aun si el obstáculo no estuviera, es más, si no estuviera el resto de los participantes, la distancia no podría ser menor.
Los imanes presentan cargas del mismo signo y, como tales, se repelen... en realidad, esa palabra tomada de la física es un poco dura, no creo que se repelan, hasta creo que –en cierto modo- se pueden atraer, pero sus propios campos magnéticos no les permiten acercarse más.
¿Habrá algo más aparte del campo magnético?
Por supuesto, para que se atraigan completamente, como en el amor, tiene que haber complementariedad, tienen que ser de cargas distintas e inversas... como se dicen los imanes por el barrio, “uno busca en el otro lo que no encuentra en si mismo”.
(¿Se puede amar a esa persona en la que nunca encontramos la más mínima diferencia?)
El otro experimento.
El de juntar dos lápices por sus extremos planos (no se como se llaman, ¿bases?, si fueran botellas serían los culos): puño cerrado en torno a cada uno de ellos y cada brazo extendido haciendo una relativa presión en contra de su compañero, tratando de que los lápices permanezcan juntos, que no zafen (si solo tiene un brazo por favor no lo intente).
Al cabo de un tiempo (en el caso de los lápices son segundos) uno nota que no los puede separar.
¿Magnetismo?, ¿Amor?, no, los lápices son de madera, es el cuerpo de uno, los músculos, lo que se acostumbra a esa cercanía, a esa presión, en definitiva, al que le gusta estar en esa posición.
¿Y el magnetismo, existió alguna vez o también es un invento o –en el mejor de los casos- un deseo?
Parece que también para los imanes vale la fórmula de Lacan sobre el amor: “dar lo que no se tiene a alguien que no lo es”.
Nos vemos.